"La primera ley de la historia es no atreverse a mentir, la segunda, no temer decir la verdad" Su Santidad Leon XIII

viernes, 6 de julio de 2012

El gran mal que aqueja a nuestra época


A continuación comparto con uds. un extracto del libro “La crisis de nuestra civilización” del maestro Hilaire Belloc (serie de conferencias que dio entre 1937 y 1939) en donde nos ilustra de manera brillante la inmoralidad en la que esta basado el sistema capitalista e indirectamente nos enseña cuál debe ser el verdadero uso que se le debe dar al dinero.

La usura y la competencia

Otras dos consecuencias tendientes a destruir la unidad moral de Europa aparecen al examinar el camino que nos conduce al callejón sin salida donde ahora nos encontramos. Ellas son los frutos de la voracidad no reprimida: de la voracidad que opera sin la restricción impuesta por el código moral durante los siglos católicos. Mas cuando la autoridad central dejó de hacerse sentir y desapareció todo freno, el desorden alcanzó su punto extremo.

Esos dos frutos primitivos de la voracidad son la Usura y la Competencia Ilimitada.

A través de la usura surgió la simplificación y centralización del crédito controlado, que ha sido un instrumento tan poderoso en manos de la clase nuevamente enriquecida por el pillaje debido a la Reforma. La Competencia, libre de las restricciones impuestas por la Corporación, por la moral de las costumbres católicas o por la inspiración católica de la sociedad, debía producir inevitablemente ese proletariado cuyo enojo contra la injusticia de su condición ha rematado en la amenaza actual a nuestra civilización.

La Competencia, al operar en una sociedad que había perdido la idea del Estatuto reemplazándola por la del Contrato, tenía que arruinar a la multitud de pequeños propietarios y producir masas cada vez más grandes de hombres sujetos al único poder de la riqueza, sin ningún lazo humano entre ellos y sus nuevos amos. Este poder de la riqueza habría de acentuarse a través del dominio centralizado del crédito, un producto de la Usura irreprimida. El proletariado así creado fue constituyendo una parte cada vez más grande de la sociedad, mientras que sus amos, los capitalistas propietarios de los medios de producción, gradualmente se convertían en una parte más reducida de la sociedad, ante la influencia de la banca y del nuevo comercio internacional. Este desarrollo del capitalismo habría de acentuarse más tarde debido a la rapidez creciente de las comunicaciones y al empleo, cada vez mayor, de la maquinaria.

Al final del proceso las condiciones se hacían intolerables para la masa de los trabajadores que antes fueron hombres libres desde el punto de vista económico, pero que ahora eran semiesclavos. […]

La Usura, ese mal que hemos de considerar en primer lugar, así como la voracidad que le ha dado origen, es tan vieja como la sociedad humana. Lo mismo que otros males que proceden de la Reforma, no fue creada por ese movimiento. Comprobamos, en el caso de la Usura, lo mismo que en el de la Competencia incontenida (fuerza esta que unida a la Usura completó la expansión y la esclavitud del proletariado), como también lo hemos comprobado en los casos en que el Contrato reemplaza al Estatuto, que las semillas que provocaron el cambio fueron sembradas mucho antes de la ruptura de la Cristiandad. Lo que sucedió después de la Reforma no fue que esos nuevos males, incluyendo la Usura, aparecieran por primera vez, sino que, como ya lo he dicho, se convirtieron de meras excepciones que eran en costumbres generales admitidas. Fueron aceptadas y crecieron, llegando a cubrir finalmente todo el campo de la Sociedad.

Contrariamente a la transformación del Estatuto en el Contrato y al incremento indebido de la competencia, la Usura no era un mal inherente a su exageración sino que era un mal en sí mismo.

No fue un mal porque rebasara toda proporción y aumentara fuera de toda medida, como sucedió con el reemplazo del Estatuto por el Contrato y la práctica de la competencia, sino que por su propia naturaleza era algo que debía condenarse y extirparse lo mismo que una enfermedad. Corresponde advertir que esta calamidad ya se había infiltrado como un veneno mortal en la Sociedad pagana en su ocaso, constituyendo uno de los principales males bajo cuya influencia sucumbió la civilización greco-romana en Occidente, antes de la invasión mahometana.

La moral de la Iglesia, cuando la Iglesia gradualmente sojuzgó el mundo, moldeando una nueva Europa, prohibió la Usura de una manera tan enérgica, pero con menos efecto práctico que el logrado más tarde por el mahometanismo. Toda filosofía sana, toda religión, la habían prohibido. Los filósofos griegos paganos, con Aristóteles al frente, la denunciaron; así lo hicieron también los paganos orientales y así lo hizo igualmente la ley judía.

Ahora bien: ¿cuál es la razón de esta repulsa? ¿Por qué se consideraba a la Usura universalmente como algo inmoral, y por qué se ha comprobado, en la práctica, que constituye, a la larga, un veneno mortal para la sociedad?

Para contestar a estas preguntas debemos comprender primero qué es la Usura, en el sentido que aquí empleamos el término, pues este se usa en forma ambigua y, por lo tanto, tiende a ser interpretado de manera equivocada.

La Usura, considerada como un mal económico, no significa el cobrar interés sobre un préstamo. No significa tampoco el cobrar interés más alto que el mínimo permitido. Significa cobrar intereses sobre un préstamo en dinero solamente (o peor aun, sobre una simple promesa de prestar dinero, es decir, sobre un instrumento de crédito), ya sea que el dinero prestado pueda ser invertido con provecho o no, ya sea que represente energía productora o no. Hablando con precisión, la Usura consiste en adquirir el aumento correspondiente a un préstamo en dinero simplemente porque es dinero, o peor aun, adquirir ese aumento sobre un instrumento de crédito.

Las razones que existen para condenar los intereses cobrados sobre préstamos en dinero, disociados del provecho que puedan introducir, son de dos clases: Primero, porque exige de la sociedad un tributo como precio para liberar el dinero en curso retenido hasta entonces fuera de su función propia como medio circulante de cambio; segundo, porque refuerza la demanda de hacer efectivo el pago de una parte de las utilidades que pueden pero que también no pueden existir.

El objeto natural del dinero en circulación es éste: facilitar el cambio múltiple de los productos. Si tengo un sobrante en trigo , por haber producido más de lo que puedo consumir, en tanto mi vecino tiene una sobrante de forraje por haber producido más de lo que su establecimiento puede consumir, cambiaremos, si estamos en contacto, el forraje por el trigo, dado que constituye una ventaja mutua para ambos realizar ese cambio.

Ahora bien, vamos a suponer la intervención de otro interesado, el cual ha producido más patatas de las que puede consumir, pero que no tiene suficiente forraje para llenar sus necesidades; supondremos ahora que existe otro interesado más con un exceso de ganado gordo y, por lo tanto, con un sobrante de carne que el convendría cambiar por trigo, y, por último, otro que confecciona vestidos y zapatos para cambiar por los productos que él  necesita. Entonces surge una condición no de cambio simple, sino de cambio múltiple.

El hombre con forraje no está en contacto con el zapatero y ninguno de los dos con el hombre que tiene el sobrante de patatas. Se necesita, pues, un medio común de intercambio que haga circular entre ellos los distintos sobrantes que han de ser distribuidos de acuerdo con las demandas de los productores y compradores.

Esta es la verdadera función del dinero y de los instrumentos de crédito basados sobre el dinero: hacer posible la acción del intercambio múltiple.

Pero cuando los monopolizadores retienen este medio de intercambio fuera de la circulación, exigiendo un precio para usarlo, pretenden un aumento por algo que no tiene aumento natural; por algo que no procrea, pretenden un sobrante o beneficio por aquello que ellos prestan y que no producen ni sobrante ni beneficio. Esos monopolizadores paralizan la comunidad al retener el medio normal de intercambio.

Este es el primer error relacionado con el cobro de intereses cuando éste se efectúa sobre dinero solamente. El segundo error, y por mucho el más importante, en nuestros tiempos donde todo se ha vuelto tan complejo, es el que se relaciona con la Usura y que consiste en adquirir aumento de un préstamo improductivo.

En forma ostensible, esto es inmoral.

Un hombre viene a mi y me dice: “He encontrado en mi propiedad una veta aurífera, peor está situada a gran profundidad, de manera que necesitaré un capital considerable –más o menos 20.000 libras- para extraer el precioso metal. Ese metal una vez extraído valdrá, cuando menos, 40.000 libras. Más no podré obtener este beneficio hasta haber comprado los instrumentos necesarios para explotar la mina y haber pagado la mano de obra requerida. Présteme las 20.000 libras necesarias para la operación”. Yo le contesto: “Si así lo hago, deberá usted darme una parte de los beneficios, vamos a decir, la mitad del total.” El hombre reconoce que sin mi capital no podrá explotar la mina; por otro parte, sin su oro mi capital no reportaría utilidad. La combinación produce riqueza, que repartimos y disfrutamos. Esta es una transacción perfectamente moral, aun cuando el beneficio ascienda a un 100 por ciento, a un 1000 por ciento sobre la inversión primitiva de modo que si yo realizo un 50 o 500 por ciento de ganancia sobre mi préstamo primitivo, que esta supuesto dar una ganancia a medias, de ninguna manera se me puede acusar. El incremento, hablando con exactitud, no es un interés sobre un préstamo de dinero; es una porción de riqueza real.

Pero puedo prestar dinero diciendo: “No me importa los beneficios que usted realice, ni si logrará usted realizar o no beneficios, pero le pido 2000 libras por año por el uso de mis 20.000 libras.” De esta suerte, si la especulación fracasa el prestatario estará obligado a pagar perpetuamente las 2000 libras, sin ninguna producción de riqueza que corresponde a esa cantidad. En esta instancia pagará intereses sobre un préstamo improductivo, y es de todo punto inmoral reclamar una porción de riqueza que no existe.

Ahora bien, cualquier préstamo que percibe intereses, que en realidad es un préstamo sobre dinero solamente, puede participar de esta característica; y entre cierto número de préstamos, muchos participaran de esta característica improductiva. Del dinero por el cual se cobra un interés, simplemente porque se trata de dinero, una gran proporción del mismo está invertido en actividades que no producen riqueza para pagar ese interés.
[…]

Más aún, cuando la Usura en sí misma es inmoral, condenada con justicia por todo código moral, su defecto principal y el peor en el caso particular que ahora estamos examinando –el crecimiento del capitalismo y del proletariado- es la centralización del control irresponsable del cual depende la vida de los hombres: la entrega del poder que ha de regir al proletariado, en las manos de unos pocos que puedan dirigir los préstamos del dinero en circulación y el crédito sin el cual ese proletariado no puede ser alimentado, vestido y mantenido trabajando.

Resulta más fácil realizar, en el papel, la absorción de muchas entidades independientes en una más grande, que realizar la absorción correspondiente en el dominio de las cosas reales.

Belloc, Hilaire: La crisis de nuestra civilización. Buenos Aires, Sudamericana, 1950, p. 169-175.

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