"La primera ley de la historia es no atreverse a mentir, la segunda, no temer decir la verdad" Su Santidad Leon XIII

viernes, 6 de diciembre de 2013

La educación en la Argentina

Acabo de leer una serie de noticias relacionadas con la educación en nuestro país. La primera es la de un chico de 15 años que llegando al aula se roció con alcohol y se prendió fuego. La segunda es la caída estrepitosa de los índices educativos de nuestro país en relación al mundo. Estas noticias me han llevado a reflexionar sobre la autoridad, la familia y la escuela.

La familia

En la Antigua Roma la familia estaba basada en la autoridad del Pater y bajo su égida estaban todos los integrantes sean consanguíneos o no. Era una autoridad absoluta y asimétrica no fundada en el consenso sino en la tradición romana. A su vez, la familia era considerada la base de la sociedad y no podía, como planteaba Cicerón, depender de una pasión humana como el amor. Por último, era el fundamento de la sociedad.

«La familia —dice Cicerón— es el principio de la ciudad y, de alguna forma, la semilla de la república. La familia se divide, aunque permanezca unida; cuando los hermanos, los hijos y nietos de ellos, ya no consiguen albergarse en la casa paterna, salen para fundar nuevas casas, como otras tantas colonias. Forman alianzas, de donde surgen nuevas afinidades, y la familia se propaga. Poco a poco las casas se multiplican, todo crece, todo se desarrolla y nace la república» (República, I, 7).

La familia cristiana esta basada en la relación que Cristo tiene con su Iglesia donde Nuestro Señor (figura del padre) es cabeza y ama a la Iglesia (figura de la madre). A su vez la Iglesia obedece a Cristo que nunca le mandará nada que no sea para su bien.

El matrimonio es santificado por Jesucristo y llevado al nivel de sacramento. Entre los esposos debe haber amor pero este no como pasión humana sujeta a los vaivenes del hombre sino como profundo conocimiento del otro siempre enmarcado en una vida hacia la santidad. El matrimonio no puede ser disuelto. La indisolubilidad matrimonial es la forma de mantener a la sociedad estable y anclada en una base sólida. Este es el orden familiar y social tradicional.

En nuestras sociedades modernas se ha dado un salto cualitativo: la base de la institución familiar es la pasión amor, el amor concebido como sentimiento subjetivo sujeto a los vaivenes del entorno y de los estados de ánimo. De ahora en más todo comenzará a fluir y donde antes había una sociedad anclada en bases sólidas ahora esta sobre un océano que se vuelve cada vez más tempestuoso.

Una consecuencia de esta inestabilidad es la elección del pariente y no su aceptación como dado, lo cual trae una serie de interrogantes a contestar: ¿quién elige los vínculos? ¿Es consensuado? ¿Hay alguna de las partes con más poder? ¿Con qué criterios se elige?

Y aquí infinidad de criterios desde el amor desinteresado hasta el interés más crudo para no quedar atomizado en una sociedad que nos excluye a la soledad suicida.

Se concluye que la nueva matriz familiar no estaba basada en la solidez sino más bien en vínculos de cohesión que en la actualidad, buscan institucionalizarse.  

Hoy ya tenemos estas instituciones que encierran esta triste realidad. Así, el matrimonio homosexual, la ley de género y el divorcio express vienen ha institucionalizar una nueva concepción de familia en la Argentina. Estas disposiciones que emanan del Estado legislan realidades subjetivas y sentimentales y no realidades objetivas naturales. De ahí que el Estado Argentino ha creado una nueva base social en la que se asentará la sociedad argentina, base incierta, vertiginosa, inestable, frágil y fluida, pues esta anclada en pasiones humanas, todas ellas inciertas, vertiginosas, inestables, frágiles y fluidas. Nunca en la historia de la humanidad ha sucedido tal cosa y por ello desconocemos las consecuencias sobre el ser humano y la sociedad toda. En definitiva, los vínculos familiares han quedado en manos del consenso, han sido “democratizados”.

La autoridad en la familia y en la escuela

Durante el tiempo en el que reinó el orden familiar tradicional la autoridad que el padre tenía sobre sus hijos estaba fundada en la autoridad que Cristo (que es Dios, Ser Perfecto) transfería. El padre adulto tenía total potestad sobre su hijo para mandar. Esta autoridad era un medio para educarlo en la Verdad y no para ejercerla de manera arbitraria y despótica.

En el orden escolar tradicional el padre transfería esta autoridad al maestro, transferencia que se hacia posible ya que la autoridad era “dada” como un rol y no por ser tal o cual persona. Esta autoridad no estaba basada en el carisma del padre ni en su capacidad sino en su figura de padre adulto. A su vez el maestro tenía autoridad en cuanto agente perteneciente a la institución educativa receptora de la transferencia paterna. Ambas autoridades eran transferibles en cuanto no eran propias de persona alguna sino del rol que ocupaba dicha persona. Las personas pasaban la autoridad quedaba.

El problema sucede a partir de la década del 60 del siglo XX. Los alumnos comienzan a poner en duda la autoridad del maestro que hasta ese momento estaba basada en la disciplina y el respeto. Muchos de ellos ya no se someten a las normas básicas de convivencia escolar y el aula deviene en un ambiente conflictivo. El maestro ha perdido la legitimidad ¿Por qué sucede esto?

Es muy difícil descifrar la causa de un proceso que todavía esta en marcha y que intuyo incipiente, pero estoy casi seguro que esta relacionado con lo que arriba exponía del cambio de paradigma familiar.

La escuela ya no recibe la autoridad de los padres y los padres no la transfieren pues ya no la tienen “dada” sino que deben “construirla con el consenso”. Así, si baso el matrimonio en el amor como pasión y puedo romperlo cuando quiera y como quiera el vínculo se fragiliza. La participación de la imagen Cristo-Iglesia y la asimetría en ella era la base de la autoridad del padre en cuanto adulto. Esta autoridad era implícita y reconocida socialmente. Pero hoy estas bases se han resquebrajado y solo queda el abismo debajo de nuestros pies. El hombre posmoderno intenta crear algún vínculo de autoridad mediante el consenso pero esto es tan débil como inconsistente.

En la familia posmoderna el parentesco es electivo. No es “dado” sino que se “construye”. El niño decide quien es su padre,  el padre decide quien es su hijo, el varón decide si quiere ser madre o padre, la mujer decide si quiere ser padre o madre. En esta “construcción” lo que da la posibilidad de funcionamiento es la legitimidad que surge del consenso. Pero aquí la fragilidad acecha y ese consenso puede cambiar como cambia el ambiente y como cambian las pasiones y la legitimidad desaparecerá. Desaparecida la legitimidad la autoridad se transforma en coacción violenta. Así, el padre quiere imponer con autoridad algo a su hijo (a quien le ha planteado la autoridad por consenso) y su hijo, al no considerarlo legítimo por no haber sido consensuado, desata en conflicto.

Planteada la relación de autoridad entre padre e hijo de esta manera ¿qué le queda a la Escuela que recibe la autoridad de los padres?

Los padres ya no transferirán la autoridad a la escuela pues no pueden y no pueden porque no la tienen. La autoridad que se puede transferir es la que “se recibe” no por ser tal o cual persona sino por ser “el padre” en cuanto adulto. Y esto ya no sucede más. El padre no “recibe” la autoridad la “construye por consenso”. De ahí, no la puede transferir. La Escuela queda sin la principal herramienta para educar: la autoridad.

En un contexto como este en el que no hay asimetría entre el maestro y el alumno la conflictividad esta a la orden del día. La escuela ha buscado sostener su autoridad, ya no en la recepción de la misma de los padres ni en una institucionalización que se ha perdido sino en el carisma de cada docente. Hoy queda en cada docente la responsabilidad de crear un ambiente propicio para la educación pues ni la escuela ni los padres lo dan. Pero esta actitud entraña un grave problema: basar la autoridad en el carisma es frágil e inestable. Aparte ¿qué es un docente carismático para los alumnos de hoy? ¿Quién descolla por sus conocimientos o quien se funde en el grupo incorporando sus códigos?

Lo primero sería una alternativa pero, como dicen algunos pedagogos, el conocimiento esta devaluado. No hay sorpresa frente al conocimiento y no es un valor que los adolescentes exalten. Entonces nos queda lo segundo: un docente que se funde en el grupo. En este caso el docente se pondría en un pie de igualdad con los alumnos y, para ejercer algún tipo de autoridad, deberá “negociar”.


Concluyendo, la Escuela ya no es escuela y una de las causas es porque la familia ya no es familia. Los vínculos tejidos durante siglos hoy se disuelven. Es más rápido destruir que construir. Qué vendrá luego de esta disolución que estamos viviendo, no lo sé. Pienso que “democratizar la familia” es lograr la revolución permanente que quería el marxismo en el centro de la sociedad. Es la destrucción de todo orden anclado en la ley natural y me atrevería a decir que es la retirada del Gran Obstáculo del Apokalypsys.  

1 comentario:

  1. Excelente blog. Espero que lo actualice en este año del Señor 2014. Un abrazo en Cristo.

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